NO NAZCO CON ELLA...ALGUIEN LA EDIFICA POR MÍ...PARA SÍ.
La humildad no es una cualidad que nace juntamente conmigo al nacer. Por el contrario, siendo parte de una raza caída y trayendo conmigo las ruinas de generaciones, mi corazón está inclinado a la independencia de Dios y a juzgarme como autosuficiente.
La humildad no aparece en el listado del fruto del Espíritu tampoco. Acerca de Jesús la biblia afirma que siendo igual a Dios se despojó a sí mismo modelando con su decisión el origen de la humildad y la fuente que la sostiene.
La arrogancia nos sale natural como descendientes de Adán. La arrogancia deberá ser demolida bajo el peso de una humildad que empieza en un encuentro genuino con Dios, y va edificándose en la medida en que desde una relación personal con el Señor las fuerzas de nuestra voluntad se van rindiendo a sus pies.
Todos tenemos zonas de rebeldía que se resistirán a ser invadidas por la humildad. Debemos querer querer, y aún el querer querer lo recibiremos del Señor.
No podemos escapar de esa ley espiritual. Lo que es nacido de la carne seguirá siendo carne hasta que nazca del Espíritu para entonces ser espíritu.
Cuando me esfuerzo en ser humilde, tendré que reconocer que lo seré sólo cuando lo decida y con quien lo decida en la circunstancia que convenga. Entonces estoy acorralado y sin opciones.
La humildad será el resultado espontáneo de rendir todas las habitaciones de mi corazón en esa camilla de operaciones donde el Espíritu Santo es el cirujano.
Y ese es un maravilloso misterio más del Santo Espíritu del Señor. Sin Él, mi humildad será una carnal caricatura de mi arrogancia escondida.
Rubén Arroyo...Desde mi camilla.
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