“LE TEMÍA AL FUEGO, PERO SU LLAMA ME ATRAÍA”-
Rubén Arroyo (Cuando era niño).
“Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba...y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos.”
Hechos 2:2-3
Los bomberos corrieron hasta el pequeño edificio en la calle Azusa desde donde la gente aseguraba que las llamas de fuego salían, y cuyo techo parecía arder en llamas. Era un día de abril del 1906. Las llamas de fuego eran reales pero no naturales. Ningún ser humano podía acabar el fuego que Dios había comenzado. Los bomberos no vieron nada.
Se dice que de 900 millones de creyentes pentecostales en el mundo, 600 millones pueden encontrar sus raíces en el fuego que se encendió en la calle Azusa. En ocasiones una nube de gloria espesa llenaba la atmósfera del culto tan literal, que los niños se metían asombrados dentro de ella para jugar a intentar encontrarse unos con otros dentro de la nube.
Muchos que llegaban en trenes desde ciudades distantes atraídos por la noticia del fuego del Espíritu Santo encendido por Dios en Azusa, caían de rodillas al suelo al bajar del tren abrumados por la espesa presencia de Dios en el lugar. Sanidades, milagros creativos y la desaparición de las líneas raciales marcaron el gran avivamiento de la calle Azusa.
El Espíritu Santo usaba a un hijo de esclavos, William Seymour, sólo unos 40 años después de “abolida” la esclavitud para encender una poderosa hoguera transformadora que recorrería el mundo entero con su fuego.
Me resisto con todas mis fuerzas a reducir esa experiencia a un dato histórico. Me niego desde lo más profundo de mi corazón a mirar de lejos la hoguera. No quiero sentir solo hondas de calor distantes mientras observo de lejos la llama.
El Padre lo prometió. El Hijo lo enviaría. Matías llenaría el espacio que Judas dejó vacío....
JESÚS HABÍA ASCENDIDO...EL ESPÍRITU SANTO DESCENDIDO....YA NO HABÍA...NINGÚN ESPACIO VACÍO
Rubén Arroyo...No más vueltas...alrededor de la hoguera